Mi amigo se empeña en que entre a formar parte de una secta que se llama "Silencio". Me atrae la idea. Su filosofía es esa, guardar silencio. Dicen que el problema de esta sociedad es que no nos escuchamos. Vamos, que si todo el mundo habla a la vez, nadie puede estar oyendo lo que dicen los demás.
Demasiado ruido en el mundo, para tan poco escucha.
Yo lo cierto es que no hablo demasiado, me da miedo hacerlo, y las pocas veces que lo hago siempre la cago.
Me pasa que me oigo hablar y a la vez estoy pensando que no es eso lo que quiero decir, lo intento reconducir, pero para cuando lo reconduzco, mi interlocutor aburrido, ya ha empezado a explicarse, explicarme y explicarle a los demás lo que yo quería decir. Vamos, que de repente tengo un traductor de mis no palabras.
Así que he decidido aceptar la invitación de mi amigo, le he dicho que si. Que para hablar mal, prefiero no hablar.
El presidente de la secta es él, y como no hay nadie más, yo seré el segundo de a bordo. Toda una distinción. Solo tengo un problema. Para ser miembro de la secta hay que cortarse la lengua.
Lo he intentado hoy varias veces. Y es un poco difícil.
Yo saco la lengua todo lo que puedo, con todas mis fuerzas y en el momento en que el filo del cuchillo la toca, comienzo a decir -¡Hay, hay, hay....!- y ¡zas!, la lengua como si tuviera vida propia tiende a recogerse como un caracol, deslizándose inevitablemente por entre mis dedos.
Tengo la lengua hinchada de tanto apretar las uñas para que no se escape. Me dan unas arcadas terribles y me caen lágrimas como ríos, tanto que mi cara parece el Niágara.
Antes hablaba mal, pero es que ahora, aunque hable, no se me entiende nada. Ef como fi tufiera un cafetín mefido en la bofa.
Así yo no puedo.
Creo que al final le pediré a mi amigo que salga del espejo y me eche una mano, él tiene experiencia y seguro que como todas las cosas en la vida, esto de cortarse la lengua también tiene truco.
JOSU
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