Ya no me quedan uñas que morderme, por eso he comenzado a comerme las puntas de los dedos, justo en las esquinas, donde más duele. El índice y el corazón – me refiero al dedo corazón- han comenzado a sangrar. No es gran cosa, pero como solo sé escribir con esos dedos, el teclado del ordenador se está quedando hecho un asco. La sangre corre entre las teclas, donde ya difícilmente puedo ver las letras que pulso.
El psicólogo me dice que no me ponga así. Que hay que saber esperar, que lo que mucho se espera, una vez llega, uno lo disfruta más.
Mi vecina, que es como yo pero no tiene barba, me dice que el que espera desespera y Ander, un ocupa que tengo metido en mi habitación hace unos 40 años, me dice que soy un pesado y que me lo tengo merecido. Que me vaya unos días al Caribe y que no vuelva. Y antes de darse la vuelta, para irse a ningún sitio, me pide que le prometa que una vez me haya ido, no le voy a escribir nunca más. -Yo también te quiero- Le he dicho con cara de cordero degollado y entonces se ha vuelto y me ha dado un beso en los morros.
De verdad… esta ansiedad, me está creando múltiples problemas.
Le he colocado una alarma especial y espacial al ordenador para que me avise cuando llegan los correos electrónicos. El problema es que cada vez que llega uno, la casa tiembla. En el techo han comenzado a hacerse grietas y ya se han colado tres palomas. Pobrecillas, revoloteando como locas por todo el piso intentando escapar de las garras de mi gato. Menudo es mi gato cuando se pone macarra. Y luego está lo del móvil. Que se ha descuajeringado todo, se le ha caído la carcasa de tanto abrirlo y cerrarlo y yo tengo unas agujetas terribles en la muñeca.
Supongo que hay decisiones que cuestan dilucidar. Pero si esto se alarga a mi me va a dar algo. Y más a mi hijo, que cada vez que se acerca al ordenador, para ver que estoy haciendo, cae al suelo como un saco de patatas de 30 Kilos. Es que cuando ve la sangre se marea. Pobre.
Ya ves. Y todo culpa tuya.
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